lunes, 29 de agosto de 2011
Abrí ansiosamente la puerta. Me dio un beso como siempre y lo invité a pasar. Subimos las escaleras, entramos en mi cuarto y lo dejé tomar asiento en mi cama, mientras yo me senté distante simulando una mirada compenetrada en mi monitor. La charla fue súmamente amena, me senté junto a él y los besos se dieron espontáneamente con esa dulzura con la que sólo él sabe darlos. Sabíamos llevar una conversación divertida y nuestras carcajadas eran como las de dos niños. Se notaba la consolidación de aquella amistad que por descuido perdió su rumbo inicial, ya que siempre contamos con la presencia de esa magia que no nos dejaría ser dos amantes del montón. Se notaba cierto nerviosismo en el aire, combinado con las ansias y la certeza de no saber lo que ocurriría al instante siguiente. Apagué la luz y la atmósfera se colmó de abrazos, besos, caricias y un placentero viaje en el cuerpo del otro. Las sonrisas abundaron al igual que las miradas cómplices que caracterizan desde el comienzo a esta historia. Diría que estaba soñando, pero tanta perfección debía ser real, y de hecho así fue. Teníamos sed. Me puse su chomba. Bajamos a comer algo y teniendo de escenario a la cocina me abrazó y me besó sin dejar que me pierda un segundo de él.Tras una efímera discusión decidimos dormir. Pusimos la alarma temprano, para no perdernos el momento que durante la noche no dio el presente pero que esperábamos hace tiempo y que concluiría, supuestamente, a la mañana siguiente. Así lo hicimos. Dormimos abrazados, aunque mis nervios me despertaron varias veces, demostrándome la luz que era de marugada, pero que ya la noche había dado lugar al día.¿El final? Mejor no recordarlo. Luego de una secuencia similar a la que se dio antes de un placentero sueño es un recuerdo que jamás podré borrar, aunque deseo de todo corazón lograrlo.
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